Como si del Taj Mahal se tratara, este palacio situado en uno de los barrios más importantes de Berlín, se llama Charlottenburg en recuerdo de una mujer. Federico III, a la sazón rey de Prusia lo nombró así cuando falleció su esposa, la reina Charlotte Sophie, en 1705. Hoy en día, el palacio reúne una de las colecciones de pintura francesa del siglo XVIII más importantes del mundo y una leyenda…
Después del boato, el palacio quedó ‘olvidado’ por los monarcas sucesivos, a excepción de Federico Guillermo y su hijo, Federico Guillermo II, que convirtieron a Charlottenburg, en el centro de la literatura alemana, con la representación en su famoso teatro, de obras escritas por Goethe y Lessing.
Durante aquellas décadas, el palacio experimentó importantes remodelaciones, exponentes de los más diversos estilos artísticos, y la incorporación de la hermosa cúpula, además de otras dependencias públicas y privadas, la galería de Roble y el impresionante gabinete de porcelana, con una valiosísima colección de objetos procedentes de la China imperial y de otras dinastías.
En el exterior, el jardín barroco, rodeado por una laguna, conserva elementos arquitectónicos de varias épocas, con una belleza que impresiona al que lo visita, a pesar de que desde las instituciones oficiales se ha pretendido ‘rentabilizar’ el paseo mediante la obligación de comprar una entrada, lo que provocó el rechazo popular.
Charlottenburg fue un palacio codiciado. Tras la ocupación de las tropas napoleónicas, sufrió los bombardeos del ejército aliado durante la II Guerra Mundial. Fue precisamente el ejército alemán quién saqueó la habitación ámbar, (denominada la octava maravilla del mundo), que había sido mandada construir por el Rey Federico I y que nunca se completó. Sus descendientes regalaron los paneles de ámbar al Zar ruso Pedro I el Grande. Después, nunca más se supo, hasta hace unos pocos años.
Sitio oficial | Charlottenburg
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