Birmania, hoy llamada Myanmar, es una porción de territorio situado en el extremo occidental del continente asiático y que limita con China, India, Bangla Desh, Laos y Tailandia. Esta confluencia de países limítrofes ha contribuido a que sea un país enormemente peculiar y atractivo.
A pesar de las pésimas condiciones políticas, sometida a un régimen dictatorial desde los años 60, la antigua Birmania ha sabido encontrar su paz interior, mediante la religión y sus tradiciones. Myanmar ha sabido remontar, aunque a duras penas, de esa falta de libertades políticas, ayudado por el carácter transparente y amable de sus gentes, y esa especial configuración armónica de sus paisajes.
La religión está profundamente enraizada en este país, y podría decirse que Birmania se dibuja como una réplica de lo que debería ser el país budista por excelencia. Innumerables pagodas y monjes caminando por sus calles, infinitas imágenes de Buda que se remontan a siglos atrás… todo da una idea del esplendor que vivió Myanmar en el pasado.
Siguiendo el culto animista a los nats, los espíritus protectores, se llega al monte Popa, un volcán extinguido al norte del país, lugar sagrado para los birmanos, a quién la religión les obliga a practicar el rito monástico dos veces en su vida. Siguiendo la ruta hacia el sur, nos encontramos con Mandalay, fue capital birmana durante el siglo XIX. Allí se encuentran la gran pagoda de Mingun.
El recorrido prosigue hacia su capital, Yangon. Ciudad presidida por otra pagoda, ésta, la más reverenciada de toda Birmania. Shwedagon, ‘maravilla centelleante’ como la denominó Kipling. Es también de obligada visita ,un ejemplo arquitectónico del pasado colonial: el Hotel Strand.
Y otros tres destinos imprescindibles: el lago Ingle que alberga un colorista mercado flotante, la roca dorada de Kyaiktiyo y la hermosa llanura de Bagan, donde contemplar una puesta de sol desde lo más alto, se convertirá en una experiencia inolvidable.
Vía |Lonely Planet