“París bien vale una misa”*
Aprovechando la reciente celebración del 14 de julio, fiesta nacional francesa, quisiera dedicar esta entrada a la ciudad de la luz, del amor, de la moda y de tantos otros sobrenombres. El origen etimológico del nombre de París esta relacionado, según los expertos, con la tribu que poblaba esas tierras antes de la llegada de los romanos, los Parisi. Esta denominación prevaleció frente a la romana de Lutecia.
La capital francesa cuenta con una de las áreas metropolitanas más extensas y pobladas de Europa con más de 9 millones de habitantes. Es por tanto esta una circunstancia que hay que tener muy presente a la hora de viajar a la ciudad del Sena. La ubicación del hotel y los desplazamientos serán claves para que nuestro viaje a París sea completamente satisfactorio. Dada su proximidad es un destino ideal para una pequeña escapada de fin de semana largo, aquellos que se pueden prolongar con un lunes o viernes festivo, aunque vaya por delante que no se puede ser muy ambicioso porque la ciudad requiere de más tiempo.
La forma más habitual de llegar a París es en avión, aunque también existe la posibilidad de viajar en tren cama, es esta una opción reservada a los viajeros más clásicos. Los dos aeropuertos internacionales principales de la ciudad, Charles de Gaulle y Orly están muy bien comunicados por medio de metro y tren con la ciudad. A la hora de elegir alojamiento siempre he preferido primar la ubicación a la calidad o el precio, y mi escapada parisina no fue una excepción. El hotel que reserve estaba muy bien situado, cerca de los Campos de Marte (así llamados por la proximidad de la “Ecole Militare”) la Torre Eiffel y el tristemente celebre Pont d´Alma (allí tuvo lugar el accidente de coche donde murió Lady Di)
Entrada del Museo del Louvre La Victoria de Samotracia
Café Parisino Vista desde Las Torres de Notre-Dame
La organización es primordial para apurar y exprimir un viaje de 72 horas. Una opción muy recomendable para comenzar la visita es acercarse hasta el embarcadero de la Torre Eiffel frente al Trocadero, después del pertinente paseo por los Campos de Marte y tomar uno de los famosos “Bateau Mouche”, barcos municipales que hacen las veces de autobuses fluviales. Con esto podremos hacernos una idea general de la ciudad desde un punto de observación privilegiado como es el río Sena, además como existe la posibilidad de subir y bajar sin límite se pueden ir haciendo las paradas que uno quiera. Con el “Bateau Mouche” se puede llegar rápidamente al Museo d´Orsay (antigua estación de tren reconvertido en museo de pintura y escultura del SXIX-XX), el Louvre, la isla de Francia o la catedral de Notre-Dame disfrutando de una visión privilegiada de los puentes más bellos e impresionantes como el de Alejandro.
Lo más apropiado es adaptarse a las circunstancias, si el día se presenta soleado, y eso en París es raro, conviene aprovechar y visitar la Isla de la Cite y emular a Cuasimodo subiendo a las Torres de Notre-Dame, para luego pasear por las riberas del Sena (declaradas patrimonio de la Humanidad) cruzando los puentes más antiguos de la ciudad que llevan al Hotel la Ville (ayuntamiento) o a la Concergerie, o si se prefiere penetrar en el “Quartier Latin” o Barrio Latino (llamado así porque era donde se situaba el asentamiento romano de Lutecia) y visitar la Universidad de la Sorbona y el Panteón, donde podremos ver las tumbas de entre otros: Voltaire, Rosseau, Victor Hugo, Alejandro Dumas o los esposos Courie.
Si por contra el tiempo no acompaña se puede optar por visitar uno de los múltiples museos (existe un pase conjunto de 2-4-6 días muy interesante y económico) que existen en la ciudad, D´Orsay, Rodin, Louvre, Museo Militar de los Inválidos, etc. Si hay uno que destaca sobre los demás y que es una visita obligada de cualquier visitante de París es el Museo Louvre. Tras la profunda remodelación sufrida en los años 80-90, es en la actualidad, si no la mejor, una de las mejores pinacotecas del mundo, sólo en competencia con los Uffici de Florencia, el Ermitage de San Petersburgo, los museos Vaticanos, el British Musseum de Londres o el Prado de Madrid. La entrada por la mítica pirámide, más celebre si cabe tras el éxito del “Código Da Vinci”, deja paso a ingentes cantidades muestras de arte de casi todas las culturas y civilizaciones. La Venus de Milo, La Victoria de Samotracia, Ramses II, la Gioconda son sólo algunas de las obras que se puede observar en el Louvre. En la actualidad se pueden visitar los cimientos de la antigua fortaleza que fue el origen del palacio del Louvre. Si tras la visita uno no acaba extenuado de arte se puede visitar el próximo museo D´Orsay, si esto no es así se puede aprovechar para descansar paseando por el Jardín de las Tullerias y la plaza de la Concordia y observar el majestuoso Obelisco egipcio.
Arco del Triunfo Actual Plaza de la Bastilla
Algo que uno echa en falta en la fisonomía del París actual son evidencias de su pasado. La reordenación que dirigió el Baron Haussmann durante la segunda mitad del Siglo XIX eliminó casi cualquier vestigio del viejo París, sólo la Concergerie (antigua prisión real) y la maravillosa iglesia de Saint Chapelle con sus dos pisos, uno para el pueblo llano y otro para la nobleza, acreditan, por lo menos en superficie, que París tuvo una historia previa al S XVIII. EL trazado de las grandes avenidas y la demolición de barrios enteros propició la aparición de perspectivas urbanas interminables, como la que se puede recorrer en paralelo al Sena a lo largo de los Campos Eliseos desde el Museo del Louvre al Arco del Triunfo, prolongada en tiempos modernos hasta el Arco de La Defense en el distrito financiero del mismo nombre. La especial protección urbanística de la que ha gozado la ciudad y la escasa repercusión que tuvo la invasión nazi en la 2ª Guerra mundiall han provocado un efecto nunca observado en la arquitectura contemporanea, la Museficazión”.
Los Inválidos La Básilica del Sacre Coeur
Vista nocturna desde la Torre Eiffel
El tercer día de visita se puede dedicar al París romántico, al París de las vanguardias y los artistas, al barrio de Montmatre, de la básilica del Sacré-Coeur y del cabaret del Moulin Rougue. Este fue el barrio de la Bohemia donde se reunieron grandes nombres de la pintura de los 2 últimos siglos: Picasso, Van Gogh, Renoir, Degas, Dali, Modigliani, Toulouse Lautrec, Matisse, Pisarro entre otros, habitaron en algún momento en las faldas del “Monte de Marte” . Justo al pie de la colina se encuentra el llamado distrito rojo de París, cuyo emblema más reconocible es el archiconocido Moulin Rougue heredero en cierta forma del antiguo cabaret de Le Chat Noir. Es esta la parte menos atractiva y vistosa de la zona. Las calles y los edificios de fachadas sucias y decrepitas devuelve algo de “terrenalidad” al perfecto París. Una vez hayamos ascendido en el funicular hasta lo alto del monte podemos regresar por el mismo medio hacia el centro de la ciudad para poner el broche de oro al viaje a París con dos visitas imprescindibles: la tumba de Napoleón en Los Invalidos y la ascensión al atardecer a la Torre Eiffel, construida temporalemente para la exposición universal del centenario de la Revolución Francesa en 1889 y jamas desmontada. Desde allí seguro que podremos exclamar aquello de:
“UNA VEZ VISTO PARÍS SE PUEDE MORIR”
Confió en que os haya sido útil y entretenido. En aproximadamente 10 días estaré aquí con una nueva entrega de Viajes de Marcus, esta vez con un destino nacional.
Un saludo
Marcus-José Villena
Para saber más:
http://en.wikipedia.org/wiki/Paris
booking.parisinfo.com/z6200e2x26827m466g2601_uk-tour-ticket-paris-museum-pass.aspx
* Frase atribuida a Enrique IV de Francia después de su conversión al catolicismo para poder acceder al trono de la nación.